No se sabe de dónde proviene la palabra trucho, pero desde que ingresó al vocabulario argentino quedó incorporada con gran aceptación para definir lo malo, lo innoble, lo falso, lo mendaz, y todo lo que carezca de autenticidad o seriedad: en resumen, todo lo relacionado a conducta humana en general. Venimos de una increíble mezcla de razas, y podemos zafar de cualquier situación que ponga en peligro algún objetivo deseado y fríamente calculado. Esto puede verse con facilidad en el terreno de la política, en donde las acciones chocan de frente con las promesas. O en la delincuencia, donde ante una acusación la regla de oro es negar, negar, negar todo. Alguien terminará creyéndonos. El factor de la falsedad podría terminar dominando la escena. Así, y sólo así, pasamos la vida entre creer y no creer. Si creemos todo lo que nos dicen, somos bobos. Pero si no creemos en nada ni en nadie, seremos “no felices”. Viene a mi mente el siguiente proverbio: “No creas todo lo que dicen, no digas todo lo que sabes, no muestres todo lo que tienes”. Pero no duermas con un ojo abierto, porque, afortunadamente, no todo es trucho en esta vida.
Darío Albornoz
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